Carlos Seggiaro

Nací hace 63 años en Villa María. Segundo hijo de una familia de clase media, para los patrones de esa época. Mi padre era abogado y mi madre profesora de bellas artes, lo cual planteó en mi infancia y adolescencia, una vinculación importante con la actividad artística a nivel local. 

Cursé mis estudios, desde los 3 años en jardín de infantes hasta los 17 en el secundario, en el Colegio Rivadavia, una institución “militantemente laica” donde confluían en armonía los distintos segmentos sociales, todo lo cual también marcó mi formación y mi escala de valores hasta el presente. 

Mis intereses en la adolescencia se dividían entre el futbol, la música y una fuerte pasión por las lecturas históricas. De hecho la práctica semi-profesional en un club local y mi paso por las peñas de Córdoba, generaron mis primeros ingresos monetarios hasta que, años después, conseguí finalmente trabajo en mi profesión como economista.

Siendo adolescente imaginaba ser biólogo, pero mi paso por el servicio militar obligatorio por ese entonces a 18 los años, modificó mi visión sobre la realidad y me inclinó hacia las ciencias sociales. Esto se debió a que me tocó vivir la dictadura militar, en el año 1977, con un arma en la mano, participando cotidianamente de allanamientos y controles de ruta, hostigando a la población con actitudes incompartibles con el respeto más elemental hacia los derechos que marcan las normas constitucionales. Lo que vi en ese tiempo, me marcó para toda la vida. 

Esto explica que mi paso por la Universidad Nacional de Córdoba, en la carrera de Licenciatura en Economía, estuviera marcada por un interés especial hacia las materias vinculadas con las posibilidades der transformar la realidad política y social, y hacia los contenidos vinculados con el rol del Estado, como agente transformador.  

Tal vez por todo esto, debo decir que la docencia universitaria me atrapó siempre, y fue parte de mi vida profesional hasta el presente. Desde mis inicios en la UNC hasta mi rol actual en la Universidad Nacional de Villa María, pasando por la Universidad Tecnológica Nacional y otros institutos de carácter terciario. 

Tras recibirme en la Universidad, tomé la decisión de regresar a Villa María, una decisión de vida, no de carácter profesional, motivo por el cual tuve que especializarme en el análisis de los mercados agropecuarios y las cadenas de agroalimentos, perfil que mantengo hasta el presente, como consultor de empresas en buena parte de la Región Pampeana. 

Sin embargo, durante todos estos años he mantenido también una vinculación importante como asesor de Municipios y diversos Gobiernos Provinciales, lo cual me ha dado en el tiempo una visión crítica sobre los problemas del Sector Público, especialmente en relación a los niveles de ineficiencia que se percibe en la Administración Pública. 

No soy un economista liberal. Adhiero a la visión de que el Estado, en todos sus niveles, tiene que jugar un rol importante en el diseño y la implementación de políticas que contribuyan al desarrollo de un país, y especialmente para el caso Argentino. Pero en ese contexto, me queda claro que un Estado ineficiente no puede ser una herramienta de transformación de la realidad. 

Con esa convicción fue que acepté con mucho gusto la invitación de Osvaldo para llevar adelante este trabajo, porque el debate sobre la eficiencia del Estado no es un patrimonio de la derecha ni de la izquierda. Se trata de un tema transversal. Estoy convencido de que un Estado eficiente es un paso previo a cualquier plan de desarrollo que pretenda transformar, de manera virtuosa, la realidad del país.  

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