Jorge Colina
Nací en Jujuy en 1967. La infancia y adolescencia la pasé en un barrio ubicado en la punta de un pequeño cerro a 6 cuadras del centro de la ciudad que se llama Ciudad de Nieva. Un barrio socialmente diverso, prolijo y apacible. Su única tortura es que para volver del centro al barrio hay que subir 150 metros de escaleras. Mis padres no terminaron la secundaria. Mi madre era empleada pública provincial y mi padre chofer de ómnibus.
La primaria la hice en la escuela provincial Nº 68 “Concepción Cicarelli” en la esquina de mi casa. A esa escuela iban los hijos de los funcionarios políticos, profesionales y comerciantes que vivían en las partes más acomodadas del barrio, y de los empleados comunes, del revistero, del plomero y del carpintero que vivían en las partes más populares. Iba también el hijo de una señora que vivía en una casilla a la orilla del Río Xibi Xibi, que ya no era Ciudad de Nieva.
La secundaria la hice en la Escuela Nacional de Comercio que vendría a ser el “Pelegrini” de Jujuy. Recuerdo que había examen de ingreso con cupo. Pero las enseñanzas que me dieron en la “Cicarelli” eran suficientes para pasarlo con éxito, con un poco de buena voluntad personal. Luego, con las enseñanzas de la secundaria en el “Comercial” de Jujuy no tuve problemas para tener un razonable desempeño en la Licenciatura en Economía de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Toda, educación del Estado.
Cuando me enfermaba a la noche o tenía algún accidente jugando al fútbol o en la bicicleta me llevaban al hospital público de niños “Héctor Quintana” (bajando los 150 metros de escalera, a veces con mi padre llevándome a “upa”) para atender la urgencia. Luego íbamos con turno (que lo daban para el día siguiente) al consultorio del médico privado que atendía por la obra social provincial (sin copago). Toda, salud del Estado.
Problemas de seguridad no había ni uno. El único problema con la policía era que no quería que jugáramos al fútbol en la calle o anduviéramos en bicicleta por la vereda. Después de esto, el policía era un vecino más del barrio. Policía, del Estado.
Cuando volví teniendo 30 años de edad, observé que los niños de Ciudad de Nieva bajaban los 150 metros de escalera (y los subían de vuelta) para ir a un colegio privado del centro de la ciudad, tenían seguro de salud privado (el del Colegio Médico, pero privado al fin) y a la policía le tenían desconfianza. Los niños al futbol no lo jugaban más en la canchita de tierra de la “Cicarelli” sino que iban a clubes privados porque eran más seguros.
Viviendo en la Ciudad de Buenos Aires estaba en una reunión de padres de mis hijos en el colegio (privado) y advertí que todos los padres presentes eran empresarios, profesionales, comerciantes y empleados calificados. Ya no estaban más los hijos de los empleados comunes, del revistero, del plomero, del carpintero. Para las urgencias en salud, tenemos una prepaga privada. Vivo en un departamento en una zona tranquila, pero si me diera el gusto de vivir en una casa seguro que además tendría seguridad privada.
Este cambio no es producto del progreso. Es consecuencia de que la gestión pública en el Estado argentino en sus tres niveles de gobierno (nacional, provincial y municipal) sufrió un deterioro sin precedentes. La gente paga impuestos protestando y los elude cuando puede, porque en el fondo recibe muy poco del Estado, y lo que recibe es de muy pobre calidad.
En mi carrera profesional veo que son monótonas las discusiones de política pública que pasan por la exaltación de la eficiencia capitalista o la humanidad del socialismo. Las críticas van hacia lo descarnado del capitalismo o la ineficiencia del socialismo. Nadie se pregunta qué calidad de Estado tenemos, independientemente de la vía política que elijamos: capitalismo, socialismo o una combinación de ambos.
Ahora soy economista, me formé en el exterior y trabajo en consultorías nacionales e internacionales vinculadas a temas de economía laboral, de la educación, de salud, previsión social y, fundamentalmente, del sector público. En la actualidad estoy al frente del Instituto para el Desarrollo Social Argentino (IDESA), centro de estudios que creamos con Osvaldo Giordano y Alejandra Torres, hace ya casi 20 años. Estoy convencido que si no recuperamos las buenas prácticas en la gestión del Estado, va a ser muy difícil recuperar la movilidad social que tuve la suerte de experimentar.
Por eso acepté la invitación de Osvaldo a escribir este libro. El desafío de analizar por qué el gerenciamiento público del Estado argentino es tan decadente y qué se puede hacer para recuperarlo.